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sábado, 22 de octubre de 2011

¿despojarlo de las mentes de las personas explotadas laboralmente?

¿No se lo que desayunan hoy en día los filósofos postmodernistas en su afán de quitar más sentido al poco que otorgaba esa figura divina? Pues bien, antes que todos estos filósofos (o contemporáneos suyos pero sin haberles leído) había y hay sociedades que se comen a sus dioses. Esto constituye todo un acto filosófico.
Antes de que los españoles descubrieran América, los aztecas ya comían pan sacramentado como cuerpo de un dios. Con la masa hacían una imagen de la divinidad “Huitzilopochtli” y sus pedacitos eran comidos por la población dos veces al año. Una vez comido no ingerían nada más durante un día para no contaminar a su dios yaciente en el estómago con cualquier otro alimento “no divino”. Además, tenían una ceremonia denominada “teoqualo” (que significa “el dios es comido”) en la que trocitos de pasta de granos considerados parte de la divinidad eran comidos por todos los varones, desde los bebés hasta los más viejos, dejando terminantemente prohibido este acto a la mujer.
El origen de la costumbre teofágica del cristianismo de comer hostias en la eucaristía (es decir, el cuerpo del Cristo-Dios) estriba en la ingesta del grano, al que los pueblos antiguos de Europa consideraban representación del espíritu divino. Al término de las cosechas daban forma humana al pan dotándole de carácter sacramental ya que lo que decían comer es el cuerpo del espíritu de la mies (creen comer el fondo platónico, más que la forma).
El grano nuevo representa a la divinidad en varios pueblos actuales, de este modo los lituanos, cuando comen pan hecho de grano nuevo, se tiran de los pelos unos a otros. Un gran número de estonios no comen pan hecho con grano nuevo si no han mordido hierro antes. Costumbres similares se dan en otras sociedades con variopintos alimentos como las patatas y el arroz.
Antes de que los españoles descubrieran América, los aztecas ya comían pan sacramentado como cuerpo de un dios. Con la masa hacían una imagen de la divinidad “Huitzilopochtli” y sus pedacitos eran comidos por la población dos veces al año. Una vez comido no ingerían nada más durante un día para no contaminar a su dios yaciente en el estómago con cualquier otro alimento “no divino”. Además, tenían una ceremonia denominada “teoqualo” (que significa “el dios es comido”) en la que trocitos de pasta de granos considerados parte de la divinidad eran comidos por todos los varones, desde los bebés hasta los más viejos, dejando terminantemente prohibido este acto a la mujer.
Pueblos europeos, latinoamericanos, por no hablar de los asiáticos, se comen a sus dioses sin paliativos. ¿Por qué? ¿Qué significado tiene esta acción? Muy sencillo, confunden existencia con esencia, no disocian entre fondo y forma ya que para ellos todos los elementos del universo constituyen un todo. Comer un trozo de pan (lo cual existe, es palpable, es físico) es comerse la esencia que lleva dentro, y no precisamente la idea de “pan” sino la idea de “dios” ya que el trigo es un trocito de divinidad. Si la forma de la divinidad es el pan, el fondo es el dios, pero estos pueblos creen o creían que todo era uno, no discriminaban entre estas dos características sobre las que teorizara Platón.
De todas formas no hay que confundir comerse a un dios con matarle, como hizo Nietzsche (quien afirmaba en su Así habló Zaratustra que “Dios ha muerto”), sino en interiorizarle, en fundir a creador y criatura en uno en loa línea del panteísmo; en definitiva, divinizar al hombre, sacramentarlo y ponerlo a la altura de dios.
s normal pensar que el alimento tiene algo de sagrado. Los filósofos de culturas primitivas ya extinguidas o de aquellas a las que aún no ha llegado Platón relacionaban el acto de comer con el de adquisición de vitalidad y energía. Si para ellos dios es energía o aquello que da vida está claro que el alimento es dios o al menos está íntimamente ligado a lo divino. No es que comer proporciones sólo placer, sino que da vida. En dios vivimos y sin él morimos, piensan algunas sociedades, lo mismo pasa con el alimento.
Por el contrario, vacas sagradas y cerdos divinos se constituyen alimento prohibido. Si para algunas sociedades es buenísimo zamparse a dios, en otras este acto se constituye en un tabú y en un pecado de graves consecuencias en el “otro mundo”. Aunque la razón de no comer cochinos o vacas atienda más a cuestiones sanitarias (no transmitir epidemias) o energéticas (la bosta de vaca alimenta los fuegos y las tierras), la divinización de estos animales facilita que no haya que dar muchas explicaciones a una sociedad inculta que respeta más lo mágico que las razones lógicas.
¿Puso dios la comida sobre la tierra o es la comida el propio dios? Aunque para la sociedad occidental y contemporánea este dilema resulte claro, no lo es tanto para aquellas sociedades en que no son capaces de disociar fondo y forma o esencia y existencia.
El acto de ingesta es igualmente la captación del mundo circundante en la que intervienen los cinco sentidos, es decir, el ser humano se encuentra con sus herramientas perceptivas del mundo al máximo rendimiento, lo cual a la sociedad no “evolucionada” le hace percibir la magia o lo divino del mundo. Olor, sabor, tacto, oído y visión se entremezclan para captar una realidad alimentaria que adquiere características divinas.
¡Y como no confundirlo!
Si los filósofos occidentales afirman que dios es omnipresente y omnipotente, no es descabellado pensar que las sociedades primitivas (y algunas contemporáneas) crean firmemente que el alimento se encuentra en todas partes y que todo lo puede, ya que sin él el mundo de los seres vivos deja de seguir rodando.

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