Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen*
El próximo 22 n Wanil (22 de septiembre) celebramos el equinoccio de Otoño, festividad íntimamente relacionada con la Naturaleza y especialmente con la agricultura, por ello nos vamos a permitir algunas reflexiones en torno al tema.
Vivimos en una sociedad enmascaradora de las más elementales realidades, esta sociedad del consumo por el consumo nos sumerge en un mundo ficticio supuestamente ideal alejándonos cada vez más del conocimiento de los principios básicos y elementales en que el ser humano sustenta su existencia, que son los proporcionados por la Madre-Tierra.
Especialmente en los grandes centros urbanos, el conocimiento que el individuo recibe desde su más temprana edad en torno a la Naturaleza, no pasa de unos pocos textos escolares de contenido idílicos, y unas actividades denominadas extra escolares las cuales básicamente consisten en visitas a fábricas de yogures o de determinadas bebidas refrescantes, por ello no es infrecuente que muchos niños y adolescentes crean firmemente que los huevos, los pollos, la leche, las hortalizas, frutas y verduras etc., se producen en los supermercados. Es ciertamente lamentable que en una sociedad como la Canaria históricamente agrícola y ganadera, en la actualidad una parte importante de su población juvenil no tenga más conocimientos de las estaciones temporales que las emanadas del consumismo, es decir, las imposiciones en la vestimenta y complementos para lo que el consumismo propaga como moda de temporada Otoño-Invierno, Primavera-Verano etc.
En toda sociedad capitalista, el sistema crea la necesidad para después ofrecer sastifacerla, naturalmente, a cambio de unos beneficios económicos que en la mayoría de los casos llegan a ser inmorales, así por ejemplo, se aleja al individuo desde su más temprana edad, del contacto y conocimiento de la Naturaleza, induciéndole incluso a sentir desprecio por la misma, resaltando las incomodidades de la vida campesina y ponderando el bucólico supuesto bienestar de la vida urbana con sus coca cola, sus hamburguesas y sus conciertos de rok, sus lujosos e inútiles automóviles y sus gigantescas colmenas humanas denominadas como confortables viviendas.
Pero como hemos dicho, el sistema capitalista está siempre dispuesto para sastifacer las necesidades previamente creadas, así, cuando el individuo comienza a sentir la llamada de los genes y su subconsciente le induce a sentir nostalgia de sus ancestrales orígenes campesinos y siente la imperiosa necesidad de reencontrarse con la Naturaleza, el sistema especulador esta pronto a sastifacerlo conforme a su capacidad adquisitiva, ofreciéndole desde modestos chalet adosados con unos pocos metros de tierra alrededor donde tener un perro o plantar cuatro lechugas, hasta espléndidas villas rodeadas de idílicos jardines, construidos sobre terrenos posiblemente despojados o mal adquiridos por la picaresca especulativa a sus abuelos, padres o tíos.
A este desenraizamiento del individuo en cuanto a sus orígenes naturales, no son ajenas ciertas actitudes dogmáticas sostenidas por determinadas confesiones religiosas las cuales con tal de conseguir un mayor sometimiento del individuo a sus postulados, no han dudado en demonizar los ritos naturales ancestrales emanados de la propia Divinidad. En cambio orientan sus postulados hacía aspectos políticos, económicos y materiales, en detrimento de la salud espiritual y mental de sus adeptos.
Dicho lo que antecede, vamos a entrar en el tema que da título a este modesto artículo.
En el plano puramente físico, el equinoccio está relacionado con el movimiento de la Sol, y es el momento que la astro reina pasa de un hemisferio al otro, cruzando la línea del Ecuador. Fácilmente, podemos percibir que, como está terminando el verano en el hemisferio Norte, sabemos que la Sol cruzará la línea del Ecuador hacia hemisferio Sur.
Los equinoccios, dentro de las experiencias de vida de los seres humanos, posibilitan la preparación para los solsticios otros dos momentos del año que también están asociados al movimiento de la Sol.
Las constelaciones personifican a la Divinidad en cuyo honor se celebra el rito y ella es la que, gracias al rito, es favorable al hombre y garantiza la cosecha. Si revisamos las ancestrales creencias griega, podemos ver un buen ejemplo de lo anterior: Orión, paredro de la Diosa Artemisa, muere porque lo pica un escorpión, animal mítico que surge del mundo subterráneo. Orión resucita y la veracidad de la creencia, es certificada por el movimiento de los cuerpos celestes. Cuando la constelación de Escorpión aparece en el firmamento, sucumbe la de Orión. La creencia religiosa y el hecho astronómico se explican mutuamente y se confunden, hasta volverse inseparables.
Los seres humanos hemos creado los ritos a causa de nuestra fragilidad frente a las fuerzas naturales que pueden estar a favor o en contra, y para ello, pedimos la intermediación de sacerdotes o seres elegidos por el grupo social o por las Diosas, para que intercedan por nosotros, apelando a símbolos y fórmulas ancestrales que tienen su propia condición divina y secreta. La finalidad de esto, es que los fenómenos de los cuales depende la agricultura, desde que la semilla se entierra hasta que la planta germina y se llena de flores y frutos, sean propicios.
Gran parte de los ritos que actualmente conocen los arqueólogos son herencia de religiones y creencias prehistóricas de hace 40,000 años, que coinciden con las épocas de siembra y recolección. Todas las religiones naturales de la época histórica, tanto las que provienen de Europa, Asia, África, América y Oceanía, se fundamentan en la necesidad de sobre vivencia del hombre; es decir, la de obtener de la Madre-Tierra alimento y cobijo.
Los ritos practicados por el hombre, desde que se descubrió la agricultura, son muy similares, independientemente de las regiones de la Tierra de donde provengan. Las Tesmoforias, son las fiestas de siembra que se celebran en Grecia antes de la primavera y del otoño. En Asia Menor, las sacerdotisas celebran danzas en honor de la Diosa Artemisa. En Brasil, la alta sacerdotisa, las mambo y las babalorischas, dirigen las danzas de fertilidad para propiciar la intervención de la Diosa Madre en el crecimiento del Millo (Maíz). En Guinea Ecuatorial y en Gabón, las mujeres bailan el ivanga y tocan las campanas bi-leebo para honrar a Bisila, Diosa de las Cosechas. En Oceanía las mujeres rinden culto a la Diosa Tarabanga, “La Sabia Madre”, bailando el corroboree y tocando el tambor.
En Nueva Guinea, se honraba a la Madre Ancestral y en Nueva Caledonia a la Diosa Kabo Mandalat. En Costa de Marfil, las sacerdotisas participan en danzas, ataviadas con grandes esculturas sobre la cabeza, mientras otras mujeres tocan el tambor. En Perú y Bolivia, las mujeres que tocan la música y las bailarinas se dejan el cabello suelto en honor de la Diosa del Millo (Maíz), la de los cabellos largos, para propiciar el crecimiento del grano. Los indios Pueblo, de aridoamérica, celebran en marzo la ceremonia de la Serpiente del Agua, para honrar a la Diosa Iatiku, que les concede buenas cosechas. Todas estas Diosas son aspectos de la Diosa-Madre Universal Chaxiraxi.
Desde el punto de vista machista e imperialista de la religión cristiana, nacida hace sólo 2000 años, estos ritos y ceremonias se califican como “paganos”. Vale la pena aclarar que “paganos” es una palabra que viene del término latín paganus, y significa campesino; por lo tanto, cuando nos referimos a celebraciones “paganas” estamos hablando de las fiestas campesinas en honor de las Diosas de “otras religiones”. Entre las fiestas llamadas “paganas” están los Beñemeres en Canarias en honor de la Diosa-Madre Universal Chaxiraxi, las “Cereales”, en honor de la Diosa Ceres/ Demeter; las “Floralias”, en honor de la Diosa Flora; las “Terentinas, de la Diosa Terensis o las “Easterias”, en honor de la Diosa celta Easter.
El principio femenino rige la fertilidad. Durante más de 25,000 años, solamente las mujeres personifican a la Diosa de la Tierra y presiden los ritos agrícolas como lo prueban los múltiples testimonios arqueológicos en los que abundan las esculturas femeninas de maguadas, sacerdotisas o vestales y Venus. Las divinidades masculinas “inferiores” surgieron más tarde y estaban sometidas y subordinadas a la Diosa Madre.
Al principio, estas divinidades eran un paredro mortal (paredro = divinidad inferior) que, en algunos casos, nacía de la Diosa Madre y en otros, era un ser mortal del que ella se enamoraba. En ambos casos, el tránsito a la condición de divinidad se da cuando el paredro muere y la Diosa lo resucita como un ser inmortal, igual a ella, y generalmente castrado.
A partir del momento en el que la divinidad femenina se transforma y se vuelve dual, los hombres pudieron desempeñar cargos sacerdotales y se convirtieron en los representantes en la Tierra del principio masculino. En algunas religiones, tenían que ser eunucos para poder participar en los ritos sagrados y así representar y personificar en la Tierra al paredro castrado. Un ejemplo claro de esto son los sacerdotes egipcios que personificaban a Osiris, paredro castrado de la Diosa Isis; y en Grecia, los que representaban a Orión, el paredro castrado de la Diosa Artemisa.
Los ritos de las dos épocas agrícolas, antes de la primavera y del otoño, eran fiestas del duelo y alegría de la Diosa Madre por la muerte de su paredro, que resucita gracias a su llanto (metáfora de las lluvias, generadoras de vida y muerte).
La semilla enterrada representa al hijo muerto que revive cuando la planta brota, gracias al duelo de la Madre. Siguiendo el ejemplo anterior, entendemos que en el antiguo Egipto el rito agrícola representa a Osiris que, en el tiempo de las cosechas, era desmembrado y enterrado en forma de semilla para renacer durante la primavera: Osiris muere y, aunque sus genitales nunca aparecieron porque los devoró un pez, resucita gracias al duelo de la Diosa Isis.
En estos ritos muchas veces tienen lugar procesiones en las que se portan las imágenes sagradas a los campos. Durante la primavera, la procesión iba a pie y en carro; y en otoño, en carro y a caballo; siempre acompañadas por bailarinas y música ya que el ruido es necesario para producir las tormentas que acompañaban a la lluvia.
Posteriormente, el rito se enriqueció con mujeres que llevaban cestillos o coronas de flores, plañideras y dramatizaciones cantadas en las que se recreaba la tristeza de la Diosa por su paredro muerto.
Si bien las verdades de la Naturaleza son incuestionables a pesar de los fundamentalismos de determinadas confesiones religiosas, no es menos cierto que determinados conceptos cambian conforme la humanidad avanza espiritual, cultural y psicológicamente, consecuencia natural del libre albedrío de que hemos sido dotados por la Diosa-Madre Universal Chaxiraxi.
Como vivimos un mundo moderno -siempre es moderno en el hoy- que es obsesivamente activo, donde predomina las acciones hacia fuera, toda esta propuesta puede ser interpretada -psicológicamente- como un momento desagradable, surgen resistencias y con ellas la desgana, la falta de motivación, la apatía.
Son los vicios del mundo moderno, del mundo excesivamente activo, que está siempre hacia fuera, pero que tiene como consecuencias, por ejemplo, el estrés, y otros desequilibrios.
Esta es la calidad del equinoccio de Otoño estación de equilibrio: aprender a administrar lo interno y lo externo. Cuanto más nos educamos para los dos movimientos, tendremos mejor salud física, emocional, mental y espiritual.
También debemos achicar la manifestación psicológica, aceptando que siempre después de lo externo existe un interno, y eso no tiene que presentarse en las experiencias como desgana o apatía.
El Otoño pide creatividad interna que será complementada por la sensibilidad del mundo de adentro. Estas dos cosas juntas traen gran potencia energética, que se acumula durante todo el invierno para que podamos dentro de seis meses volver a hacer el giro de dirección e ir hacia a la Primavera/Verano, a lo máximo de externo.
Para concluir, tener presente en las fiestas de Otoño tres de los trece fundamentos de Nuestra Iglesia, que son los siguientes:
1. Reverenciamos y celebramos el Universo como la totalidad de lo que existe, pasado, presente y futuro. Es la manifestación de La Diosa-Madre Chaxiraxi, está en perpetua evolución, y es inagotablemente diverso. Su sobrecogedor poder y belleza y su fundamental misterio provocan la más profunda reverencia y maravilla humana.
2. Toda la materia, la energía y la vida son una unidad interconectada de la cual somos una parte inseparable. Nos regocijamos en nuestra existencia y buscamos participar aún más profundamente en esta unidad a través del conocimiento, la celebración, la meditación, la empatía, el amor, el accionar ético y el arte.
3. Somos una parte integral de la Naturaleza, la cual debemos atesorar, reverenciar y preservar en toda su magnífica belleza y diversidad. Debemos luchar por vivir en armonía con la Naturaleza, local y globalmente. Reconocemos el valor inherente de toda la vida humana y no humana, y luchamos por tratar a todos los seres vivos con compasión y respeto.
*Guadameñe. Iglesia del Pueblo Guanche
benchomo@terra.es
Faykanato n Chinet, Wanil, 7º akano. 16 septiembre 2007.
Fuente consultada: Francisca Martín Cano
En: es.geocities.com/martincanot/gorgonas.html
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