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miércoles, 22 de mayo de 2013

ASCENDENCIA DE LA POBLACIÓN CANARIA SEGÚN LA GENETICA





  
Uno de los múltiples medios con que cuentan los modernos investigadores para  determinar la ascendencia de un pueblo, es la Genética, ésta es una nueva rama de la medicina que ha venido en apoyo de otras ciencias involucradas en el tema, tales como la historia, la antropología, la lingüística y la arqueología. Por su compleja y especializada técnica, es una disciplina que sólo puede ser desarrollada  por personal altamente cualificado dentro del campo de la medicina, aunque en estrecha colaboración con otras disciplinas científicas cuando pretende fijar el origen de una determinada comunidad humana.

El origen de la población mazigio-canaria pre-colonial, ha supuesto un reto para quienes se han interesado por el mismo. Desde los primeros cronistas de la conquista de las islas por los europeos, hasta nuestros días, no ha dejado de ser tema de debate el origen de nuestros antepasados. Bontier y Leverrier capellanes y cronistas del pirata Jean de Bethencourt, el franciscano A. Espinosa, Abreu Galindo, Marín de Cubas y Torriani entre otros, se aventuran a sugerir la procedencia norteafricana de los pobladores de las islas por <<por lo mucho que frisan en el hablar y contar que todo es uno>>. Ya en los tiempos modernos cuando se despierta en Europa un inusitado interés por los estudios antropológicos suscitados por la segunda oleada de colonización explotadora europea sobre el continente africano, algunos científicos franceses e ingleses centran su atención sobre los primitivos habitantes de las islas, dando así comienzo el expolio de los yacimientos arqueológicos y cementerios de nuestros ancestros por parte de estos estudiosos europeos, en ocasiones ayudados por algunos “ilustrados” locales, quienes regalaban las momias y restos mortales de nuestros bisabuelos, con la misma liberalidad, que si de objetos sin valor se tratara, humillando así una vez más y en lo más profundo y sagrado, los sentimientos del pueblo canario. Es indudable que las islas Canarias han sido desde siempre consideradas desde la vertiente cultural como “tierra de nadie”, donde cualquiera puede especular libremente con su cultura ancestral, sus milenarios yacimientos arqueológicos  e incluso con su etnia. España, potencia europea administradora de nuestra nación africana, ha mostrado siempre un especial cuidado en cuanto a la extracción de plus valía de nuestro territorio, pero ha prestado poca o nula atención a nuestra cultura y raíces ancestrales, incluso hoy en día, a pesar de que el parlamento “autónomo” aprobó una ley de protección del patrimonio, las excabadoras de las constructoras continúan destruyendo yacimientos arqueológicos, sin que al parecer, nadie tenga interés en ponerles coto, pues por los visto en este país, sólo constituye patrimonio histórico las iglesias, conventos y caserones de la otrora prepotente burguesía colonial.

Ruego al posible lector me disculpe estas divagaciones pero lo expuesto es  una verdad lacerante que nos vemos obligados a contemplar cada día.

Retomando el tema, en estos tiempos han surgido un grupo de científicos e intelectuales netamente canarios, quienes a pesar de que tienen que hacer frente a no pocos obstáculos sin cuento, no sólo de los estamentos dominantes y comisarios de la cultura en nuestro país, sino incluso, de los propios compañeros, fieles éstos a quienes le hacen efectiva la nómina cada mes, aún así, a pesar de los continuos contratiempos que tienen que soslayar, realizan un trabajo de investigación serio y honesto en beneficio de la auténtica cultura de Canarias. Es indudable que las jóvenes generaciones de canarios reconocerán y valorarán la labor de éstos científicos, como al presente son valorados por la comunidad científica internacional.
Desde que los primeros europeo en la baja edad media tomaron contacto con los pobladores de las islas, no dejaron sorprenderse al encontrase con un tipo de gentes de piel clara, y que en muchos grupos tenían –y tienen- los cabellos rubios y ojos azules, además de tener la figura de tipo que hoy denominaríamos atlético, siendo las mujeres hermosas y de agraciados rostros, este tipo humano al que de manera peyorativa se le encasilló como de cultura neolítica, no dejo de despertar el interés de los conquistadores al principio y de los estudiosos más tarde. Cuando por Europa soplaban aires de cultura, entre los europeos que mostraron un mayor interés y dedicación al estudio de los antiguos mazigios canarios, durante el siglo XIX, podemos destacar a Sabin Berthelot, René Vernau, y  más modernamente, el catalán Fusté, Luis Diego Cuscoy, Weninger, Rösing, Camps y la antropóloga austriaca Ilse Schwidetzky, y el también austriaco Domink Wölfel, quien hizo un gran aporte en el campo de la lingüística, y los canarios Juan Bethencourt Alfonso y el profesor Álvarez Delgado quienes nos aportaron interesantes trabajos sobre la lengua libico-bereber o tamazigh, tan íntimamente relacionada con Canarias y sus petroglifos, pero quizás el trabajo más interesante de los últimos tiempos desde nuestro punto de vista, es el desarrollado por el Catedrático de la Universidad de La Laguna don Rafael Muñoz Jiménez, Quien llevó a Cabo la traducción de los signos grabados en la Piedra Zanata, labor que no estuvo exenta de polémica, como hemos explicado en otro lugar. Piedra que algunos designaron como el eslabón perdido de la identidad canaria.

La ciencia moderna viene en apoyo de la lingüística y la arqueología para reafirmar la ascendencia mazigia del pueblo canario, veamos lo que sobre este interesantísimo tema nos expone el ya mencionado especialista en genética doctor Arnay Villena: “Las nuevas técnicas de genética molecular aplicada al estudio de los genes en las distintas poblaciones están siendo muy utilizadas y una nueva rama de la ciencia emerge con fuerza: la genómica histórica.”

La comparación de los perfiles genéticos de grupos étnicos permite poner a prueba los postulados históricos muchas veces basados en deducciones poco objetivables: sin duda, la genómica complementa a la historia clásica. Así se estableció que la moderna especie humana salió hace unos pocos de cientos de miles de años de África y pobló el planeta.

En el ámbito mediterráneo se ha visto, con el estudio de los genes HLA, cómo el subtrato genético antiguo mediterráneo no estaba integrado por los griegos, y sin embargo sí por los anatolios (turcos), iraníes, judíos, libaneses, cretenses, egipcios, argelinos, marroquíes, ibéricos. La historia nos dice que los griegos micénicos entraron (o se hicieron notar) en la península balcánica hacía 2.000 años antes de Cristo. Destruyeron el imperio cretense y asimilaron su cultura (y escritura) Pero ¿de quien era el patrimonio cultural cretense?. La genómica histórica nos dice que, en parte, de todos los mediterráneos, que llevaban ya miles de años manteniendo un flujo cultural y genético importante. Grecia fue un crisol que absorbió también otras culturas antiguas mediterráneas además de la cretense. En este contexto, el pueblo beréber (los imazighen), con características lingüísticas y genéticas propias, han sido injustamente dejados a un lado de la historia.

La lingüística, que es un arma de estudio paralela a la genómica para el reestudio de la historia, demuestra que el beréber se hablaba desde las islas Canarias (guanche) hasta Egipto (oasis de Siwa), y desde la costa sur mediterránea hasta el área subsahariana. Una extensión similar a la de Estados Unidos. Colaborando con Jorge Alonso García hemos concluido que los pueblos beréberes se vieron forzados probablemente a una emigración masiva, al establecerse hace 6.000 años antes de Cristo las condiciones hiperáridas del Sáhara.

Se dirigieron hacía Canarias, hacía Oriente Medio y hacía Iberia y las islas mediterráneas. Parte del patrimonio genético y cultural de Iberia se debe a los beréberes. La lengua ibérica antigua, la vasca (como la etrusca y la minoica) está muy emparentada con la beréber. ¿Contribuyeron los beréberes al desarrollo cultural de los mediterráneos pre-griegos? Es muy probable que así fuese; los resultados de la genómica histórica y la lingüística no dejan lugar a dudas.

Los actuales norteafricanos del Magreb, hablan árabe o árabe y tamazigh, son en su mayoría beréberes, entendiendo por tales los pobladores autóctonos prefenicios del norte de África. Las invasiones árabes del siglo VII-VIII tanto en Iberia como en el norte de África fueron genéticamente poco importantes: unos relativamente pocos militares y aristócratas iban”conquistando” y reclutando tropa local para el siguiente paso de anexión territorial vecina. La imparable fuerza del Islam ha borrado caracteres culturales, pero los genes siguen ahí, mostrando su aplastante verdad. Este caso es paralelo al  turco: la genómica demuestra que relativamente pocos turcos centroasiáticos impusieron su lengua a anatolios del substrato genético mediterráneo antiguo. El Islam y la interpretación interesada de la historia por países no mediterráneos nos han hecho ver a los turcos también como extraños. Lo son en menor grado que los griegos. 

Como hemos venimos repitiendo hasta la saciedad, la historia de Canarias ha venido siendo burdamente falseada desde el comienzo de la conquista, pero este hurtar las raíces de un pueblo de manera sistemática, tendente a anular la conciencia de una cultura nacional  para  así mejor sostener un sistema de dominación política, económica y cultural, por parte de una potencia colonizadora, ha sido una constante por parte de los modernos países imperialistas, pero muy especialmente en las avalanchas depredadoras que desde Europa han aportado al continente afrikano y sus islas adyacentes, donde han destruido culturas milenarias e incluso etnias completas de los pueblos sometidos. Las islas canarias (especialmente las de “conquista realenga”), pudieron escapar a tan triste destino gracias a dos circunstancias favorecedoras: la primera, el espíritu indómito de sus habitantes que jamás fueron del todo sometidos, ya que una parte importante de la población resistió  al invasor durante mucho tiempo, refugiándose en las cumbres de nuestros montes creando los denominados grupos de “los alzados”, quienes durante décadas mantuvieron en jaque a los conquistadores, la segunda circunstancia, fue la fiebre del oro despertada en los europeos por los nuevos territorios recién “descubiertos” de América, que ofrecían un campo mucho más amplio a las acciones depredadoras de la pléyade de aventureros sin conciencia que desde la hambrienta Europa, cayeron como manadas de lobos sobre las tierras de América.

Retomando el tema de la moderna genética y su relación con el origen de los pueblos, veamos algunos párrafos de lo que sobre el particular no dice el ilustre investigador canario don Francisco García Talavera Casañas, si bien la cita es un poco extensa, entendemos que la importancia del tema tratado merece esta licencia, <<...Según Ilse Schwidetzky (1975): “Las islas Canarias ofrecen un campo extraordinario para la investigación antropológica. Primero porque en ellas una población prehistórica dejó en sus cuevas sepulcrales y en sus túmulos un material óseo excepcionalmente abundante (...) y además, la historia de la población de estas islas, en su evolución a partir de la conquista es suficientemente conocida. Por lo menos desde Wölfel (1930) se sabe documentalmente que los grupos humanos prehispánicos no se extinguieron sino que sobreviven en la población actual, después de un inicial y rápido proceso de cristianización y aculturación.

Pero esta forma de pensar no es nueva, pues ya Glas en el siglo XVIII, Verneau, Berthelot, Chil y Naranjo y Bethencourt Alfonso en el siglo XIX, y en este siglo Fischer, Wölfel, Schwidetzky, Weninger, Fusté, Rösing y Camps, entre otros eminentes investigadores, expresaban en sus escritos dichas analogías antropológicas. Éste último (Camps, 1984) es muy explícito al respecto cuando dice, refiriéndose a la antigua población mechtoide (cromañoide) norteafricana:  “Del tipo Mechta el Arbi subsisten hoy en día algunos raros elementos en la población norteafricana que, en su casi totalidad, pertenece a las diferentes variedades del tipo mediterráneo. Aquellos representan como máximo el 3% de la población actual del Mahgreb, pero son muchos más numerosos en las islas Canarias”.

En cualquier caso, no hay que centrarse solamente en el mayor o menor grado de pervivencia del tipo Mechta-Afalou en la población canaria actual – que no deja de ser un tema muy interesante desde el punto de vista antropológico, pues en Canarias tenemos un verdadero laboratorio viviente – sino que también debe estudiarse ese alto porcentaje mediterranoide, que es el que más nos acerca a la población norteafricana amazigh actual.

Ahora son las nuevas técnicas de la genética molecular aplicadas a las poblaciones, las que están propiciando un avance espectacular en el conocimiento de la evolución biológica e histórica de la especie humana. (...) La existencia en el Norte de África de poblaciones blancas clasificadas inicialmente como caucasoides, ha dado píe múltiples hipótesis sobre su origen.

La primera evidencia del poblamiento humano de la región la tenemos en los yacimientos de Termifine, Ain Hanech y Sidi Abder Rahman, con una antigüedad de 200.000 años, que fueron clasificados como homo erectus (Newman, 1995). Pero es la aparición del homo sapiens de Jebel Irhoud del Paleolítico Medio (Musteriense) (100.000-200.000 años B.P.) con características neandertaloides atenuadas que preconizan el tipo de Afaou, y del hombre ateriense (sapiens sapiens) de Dar es Soltan (30.000 años B.P.) que para algunos es el eslabón intermedio entre entre aquellos y el hombre moderno de Mechta-Afalou, portador de la industria Ibero-Mauritana (19.000-10.000 años B.P.). Este último, junto a los protomediterránoides venidos de oriente con la cultura capsiense (10.000 – 5.000 B.P.), constituyen los dos tipos humanos que han dado origen al pueblo beréber, que esencialmente conforma la mayoría antropológica de la población norteafricana actual.

El hombre de Mechta el Arbi, también conocido como Mechta-Afalou fue equiparado por los antropólogos del siglo pasado al tipo Cro-Magnon europeo, pero más tarde se ha visto que sin dejar de ser vecino o primo de aquel, presenta caracteres diferenciadores en el cráneo y en las dimensiones corporales. Posee, entre otras características físicas, una gran estatura (1,76 m. De media para los hombres) desarmonía entre una cara ancha y un cráneo dolicocéfalo, así una gran capacidad craneana (1,650 cm3)

Este tipo humano dominante en el Norte de África hasta la aparición de los protomediterranoides capsienses, comienza a disminuir demográficamente y a retroceder geográficamente hacía el oeste, acantonándose en las montañas del litoral occidental mediterráneo y atlántico y en las islas Canarias, así como en el sudoeste sahariano (Hassi el Abioud) y en el Sudán (Jebel Saba). Su desaparición no fue completa en el Maghreb, pues todavía se encontraba un 8% de población mechtoide en la época protohistórica y la púnica, para pasar como ya hemos comentado, a representar sólo el 3% de la población norteafricana actual. Por tanto, como muy bien apunta G. Camps (1996), el tipo Mechta el Arbi no puede considerarse como el ancestro directo de los imazighen actuales.

 Fue hace 9.000 años cuando hizo su aparición en la parte oriental del Maghreb un nuevo tipo humano muy parecido a las poblaciones mediterráneas actuales que, al igual que ellas, presenta dos variedades: Una robusta y de gran talla (1,75 m. para los hombres) y otra más grácil que se localiza en las montañas. Este tipo de hombre, según todos los indicios venido de Oriente Próximo, se aplica a poblaciones más antiguas de Oriente (natufienses).

A estos protomediterráneos muy bien podríamos llamarles, protobereberes (Camps, 1996) por su cultura y sobre todo por su marcada propensión a la decoración con motivos geométricos, que son muy similares a los utilizados en la actualidad en el adorno corporal y en la decoración de la cerámica por sus sucesores beréberes. (...) En Canarias, y de acuerdo con los principales antropólogos que han estudiado la tipología de las poblaciones aborígenes del archipiélago, como son Verneau, Fusté y Schwidetzki, entre otros, aparecen como tipos dominantes los dos mismos componentes prehistóricos del Norte de África: el Mechtoide (cro-magnoide), y el protomediterránoide. El primero, y más primitivo, arribó a las islas y las ocupó todas, según algunos autores, entre el 2500 y el 1000 A.C. y que sería el portador de la llamada “cultura de sustrato” (Diego Cuscoy, 1961). Su proporción numérica  en algunas islas como Tenerife (34%) Gran Canaria (33%) y Gomera (45%), era superior a la del tipo mediterránoide, lo que hace pensar en una temprana llegada a Canarias desde el continente, cuando aún era dominante en algunas regiones norteafricanas.

Simultáneamente o con posterioridad, llegaron los protomediterránoides, pero en el caso de Canarias sólo se distingue el tipo robusto, también de gran talla, cara alargada y estrecha, y con un grado variable de extroversión goniaca que le da un contorno facial pentagonal o cuadragunlar. Este tipo es asociado, al menos en Gran Canaria, con la “cultura de los túmulos” ya que enterraban a sus muertos en esos monumentos funerarios mientras que los cromañoides lo hacían en cuevas. En los últimos tiempos se ha constatado que no existía una separación racial tan clara como les pareció a los primeros antropólogos.

8.1 GRUPOS  SANGUÍNEOS. SISTEMA ABO


A pesar de los avances de la genética molecular en los últimos años, especialmente en el conocimiento del DNA mitocondrial y nuclear, el estudio de los grupos sanguíneos, entre ellos el sistema ABO, sigue siendo importante y complementario a la hora de abordar análisis genéticos comparativos entre poblaciones. Según R. Beals y H. Hoijer (1995): “los grupos sanguíneos son importantes antropológicamente porque sabemos con exactitud cómo se heredan”. Nosotros hemos basado el estudio estadístico de la distribución del sistema ABO en la isla de Tenerife los datos de la Tesis de licenciatura de M. Trujillo (1974) y para el resto de las islas en Bravo y de las Casas (1958), Roberts et al. (1966), García-Talavera 1986) Y Pinto et al. (1996). Y para la comparación con otros pueblos norteafricanos imazighen, en Kossovitch (1958) para Marruecos y Sahara y Benabadji et al. (1965) para Argelia (Kabilia).

  Los datos sobre la proporción de  grupos del sistema ABO en la población guanche los hemos tomado de Swarzfischer y Liebrich (1963) y Schwidetzky (1970), Benabadji y Chamla (1971) para los tuareg del Ahggar, y Johnson et al. (1963) para los bereberes Ait Hadddidu del alto Atlas.

A la vista de las tablas comparativas podemos extraer las siguientes conclusiones:

a)                          En la población canaria nativa actual, el grupo sanguíneo O sigue siendo el de más alto porcentaje (48.0%) frente al 39.6 % del grupo A, a pesar del tiempo transcurrido desde la conquista y de que el grupo A es dominante y el O recesivo (Schwidetzky, 1970) Sin embargo, el grupo mayoritario en los españoles es el A, con el 47.2 % frente al 38.6 % de O (Hoyos, 1945), y en los en los portugueses es muy similar: 47.1 % de A y 40.0 % de O (Da Cunha et al., 1963). Al ser estos dos países europeos los que aportaron la gran mayoría del contingente humano que se estableció en Canarias tras la conquista (conquistadores y colonos), podemos llegar a la conclusión de que la población aborigen canaria, lejos de desaparecer como aseguran algunos, quedó en amplia mayoría después de la colonización.

b)                          Se aprecian diferencias significativas inter e intra insulares en al distribución de los grupos (García-Talavera, 1993) y (Pinto et al. 1996). No es de sorprender la mayor proporción del grupo A en el Norte de Tenerife, porque fue en esa zona donde principalmente se establecieron los nuevos colonizadores al recibir más ricas y fértiles. Tampoco sorprende la alta proporción de O en la Gomera (56.0 %) pues esta isla no fue conquistada y la población nativa quedó en gran mayoría.

La alta proporción del grupo O encontrada por Swazfischer y Liebrich (1963) en los aborígenes de Tenerife (83.9 %) y Gran Canaria (94.7 %), a pesar de haber sido obtenida, no por ausencia de A y de B, sino directamente, ha hecho dudar a algunos investigadores. Pero si comparamos estas cifras con las de los Tuareg del Ahggar (74.4 %) y los bereberes Ait Haddidu del Atlas (79.7) vemos que son bastante aproximadas. Y si observamos que en las tres poblaciones el aislamiento es la característica común (islas, montañas, desierto) cabe pensar en la actuación en ellas, durante siglos de la deriva genética, el efecto fundador y la consaguinidad.

Por otra parte, se observa que los porcentajes del sistema ABO en Canarias se asemejan más a los de los países maghrebies estudiados, que a los europeos ibéricos. También se constata que en Canarias es más patente el dominio del grupo O sobre el A, que en Marruecos, Argelia o el Sahara. Esto se debe a que en estas islas el principal aporte sanguíneo del exterior es europeo occidental, mientras que en los países continentales del Maghreb, el principal flujo genético ha venido de Oriente Próximo y, en menor medida, del África subsahariana, regiones en la que el grupo B aparece en un alto porcentaje. En Canarias, las islas orientales Lanzarote y Fuerteventura poseen unos valores elevados de este último grupo (17.5 % y 16 %) según datos obtenidos por Pinto et al. (1996), que son similares a los de Marruecos y Argelia, lo que con toda probabilidad, es debido a la entrada masiva en dichas islas de esclavos de la vecina costa africana después de la conquista, en los siglos XV Y XVI.

8.2 RESÚMEN DE LA CONCLUSIÓN FINAL

La reflexión final que nos atrevemos a exponer es que, a la vista del abundante registro arqueológico, antropológico y lingüístico al avance en el conocimiento de la prehistoria y la historia norteafricana y, sobre todo, los contundentes resultados de la investigaciones en biología molecular que están que están saliendo a luz en los últimos años, es indudable la relación genética de los canarios con los pueblos norteafricano  amazighen.

El hecho de haber vivido separados durante milenios, al haber cruzado el mar y poblar las islas unos, y los otros soportado invasiones, conquistas y colonizaciones – que más tarde sufrirían los insulares – por parte de otros pueblos no africanos, no ha borrado las huellas del origen común.

Los pueblos invasores influyeron culturalmente en los que no se refugiaron en las montañas o en el desierto, pero el influjo genético fue escaso hasta la llegada al continente desde Oriente de los musulmanes Beni-Hilal en el siglo XI, que, aunque no influyeron de manera contundente en el pool genético, si contribuyeron decisivamente a la arabización e islamización del Maghreb. En las islas fueron los ibéricos los que siguieron el mismo guión aunque desde distintas ópticas culturales y religiosas. Estos españolizaron y cristianizaron a la fuerza a los canarios, pero como hemos visto, tampoco alteraron en gran medida la genética insular.

De manera que, a pesar de todos estos avatares los canarios y los norteafricanos continentales seguimos conservando las características étnicas básicas que nos identifican con una raíz común que se remonta muchos milenios atrás, cuando unos invasores – curiosamente también venidos de Oriente hace casi 10.000 años, posiblemente a consecuencia del cambio climático postglacial – arrinconaron y sometieron en gran parte a los autóctonos de ese momento>>.


Ya en el siglo XIX, en el campo científico se debatía sobre la pervivencia de la raza guanche y por extensión la del resto de los primitivos habitantes pre-coloniales del Archipiélago canario, uno de estos abanderados que hicieron frente  a quienes venían propugnando la interesada y sesgada teoría a la vez que falacia histórica del supuesto exterminio del pueblo guanche, fue el médico chasnero don Juan Bethencourt Alfonso, quien realizó uno de los primeros trabajos científicos sobre la cuestión. Quizás por este y otros aspectos de nuestra historia recogidos o desarrollados valientemente por nuestro autor, su obra se vio postergada durante casi un siglo, pues si bien hoy en día que se da por supuesto que vivimos en una sociedad supuestamente democrática y plural, las personas que nos preocupamos por nuestro pasado libremente, de manera honesta y sin sujetarnos a las directrices que emanan desde los comisariados culturales del sistema, nos vemos relegados cuando no perseguidos,  hostigados y vilipendiados por quienes defienden para Canarias, una cultura oficialista y oscurantista.

Imaginemos las dificultades que debieron sufrir los investigadores del siglo XIX, especialmente si éstos no eran europeos, o les publicaban sus trabajos en algún país de Europa. Por ello, creemos interesante trasladar a éstas páginas algunos párrafos en los que el doctor Bethencourt expone y justifica sus planteamientos científicos sobre la pervivencia del pueblo guanche: <<...Salvo los muertos en combate que fueron menos de lo que presumen los ponderativos, entre guerreros, mujeres, viejos, muchachos y niños acogidos a los convenios, puede asegurarse sin pecar de exagerado, que constituyeron las nueve décimas partes de la nueva población con relación a los españoles; y como de este asunto hemos de ocuparnos con mayor amplitud al tratar de la conquista de Tenerife, lo tomamos por ahora de ejemplo y aplazamos para entonces las razones en que apoyamos nuestros asertos.

Al celebrase la paz de Tahoro de los Realejos y hablando en cifras redondas, existían en Tenerife 20.000 guanches de todas edades y sexos aunque predominando mujeres y niños, de los cuales unos 5.000 continuaron rebelados en medio de los montes sin querer darse a partido, y los otros 15.000 se mezclaron con un millar entre conquistadores y pobladores formando los núcleos de las veinte y tantas poblaciones actuales. Cuanto a mujeres europeas, como aconteció en las demás islas, eran contadas.

De los 1.000 entre conquistadores y pobladores que se avecindaron durante los primeros lustros, salvo unos cuantos extranjeros que por su escaso número nada significa, unas pocas docenas eran portugueses, como 200 indígenas isleños en su mayoría de Canaria y el resto de españoles, que siendo casi en la totalidad solteros se casaron con las guanchas. Aparte de que esto era natural, sábese por tradición, por lo que arrojan los archivos y sobre todo por el testimonio nada sospechoso de un comisionado inquisidor de aquella época, que hizo un padrón secreto de todas las islas, y sacó a la luz el erudito Sr. Millares.

En lo esencial los hechos expuestos son exactos y sólo falta aplicarles las conocidas leyes de la herencia y de cruzamiento; con las circunstancias en esta ocasión de hallarse favorecido el coeficiente o grado de afinidad sexual, por estar comprendido en el grupo llamado por Mr. Broca de homogenesia eugenésica o absoluta, puesto que tanto los naturales de las otras islas, portugueses españoles como guanches de Tenerife, proceden del mismo manantial íbero-libio.

Siguiendo con el ejemplo de los 1.000 conquistadores y pobladores casados con otras tantas guanchas, pues los pocos que ya lo estaban para el caso es lo mismo porque se amancebaron, resultó:


1.º hijos mestizos de primera sangre.
2.º Simplificando el ejemplo para más fácil comprensión, mestizos de segunda sangre (que es el primer grado de retorno), que comprende a los vástagos del cruzamiento de los mestizos anteriores con guanchas, que eran las que abundaban.
3.º Mestizos de tercera sangre (segundo grado de retorno) o sea los nacidos de la segunda sangre casados con guanchas de pura raza y así sucesivamente hasta que en el quinto o sexto cruzamiento de retorno, como la población no era alimentada con elementos de fuera sino de la tierra, desapareció por lo general todo vestigio de mesticismo (mestizaje) y reapareció el tipo de raza de la madre o séase del guanche con todos sus caracteres>>.

Por otra parte, es evidente que el sector de la población guanche que no se mezcló con los invasores fue la mayoritaria, especialmente los alzados, y la mayoría de los Menceyatos del Sur, los cuales por razones orográficas y como consecuencia de los tratados de paces,  estuvieron prácticamente vedados para los conquistadores y pobladores europeos durante muchos decenios después de la conquista. Cuenta un viajero inglés del siglo XVII, refiriéndose a los guanches de Güímar que: "aún el más pobre de ellos, tiene en menos precio el casar con mujer  española".


Eduardo Pedro García Rodriguez.







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